viernes, 30 de septiembre de 2011

Ser yo misma-

Me dedicaba a visitar las mazmorras formadas por los nervios de mi cabeza. Vagaba en un vacío lleno de  pasillos que se cortaban y se alargaban más rápido que un abrir y cerrar de ojos. Tanto silencio me hacía oír la sangre que recorre mi cuerpo pero, para nada escuchaba el latir de mi corazón. ¿Me preocupaba? Seguí caminando. Miraba mis manos blancas con las uñas brillantes, parecían estar muertas, pero oía ese ruido de los glóbulos rojos chocando entre sí. Mirada fija en mis pies descalzos, que tocaban cada pequeño pensamiento y hacían en mi cabeza un hueco aún más grande. Un airecillo inconsciente de donde estaba, trajo gritos a mis oídos que hicieron de mis dolores una tortura. Intentaba ir en línea recta, seguir las flechas rojas pero, ¿Qué flechas rojas? ¿A caso pensaba seguir siempre un camino marcado? ¿Sin peligros? ¿Recto para ver lo que me espera siempre? Entonces lo entendí. Me solté el pelo, nunca le había visto así. Largo, brillante, bonito, sedoso. Sonreí. Me recogí el vestido azul largo que me cubría la piel, con la cuerda que me ataba el pelo anteriormente. Dejé de oír silencio para oír a los pájaros, dejé de caminar muerta para pisar descalza pero sin sentido. Salté, grité, boté, y volví a saltar. Me llevé la mano a la boca y la besé. En ese momento, empecé a escuchar el sonido que tantos años atrás decidí perder. El de mi corazón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario